La casa que el arquitecto Finn Juhl construyó para sí en 1942 –y para la que diseñó desde los muebles hasta la vajilla– sigue admirando por su unión de funcionalidad, arte y entorno.
“Si antes de dejar este mundo consigo equipar mi casa con muebles, iluminación, alfombras, cortinas, vajilla, etc. enteramente diseñados por mí, habré alcanzado una gran meta. Como arquitecto, uno se esfuerza en lograr la unidad de las cosas, que no es uniformidad, sino la evidencia del proceso de pensamiento detrás de todo lo que uno hace”, esto decía el danés Finn Juhl (1912-1989) en un artículo de 1951, cuando todavía trabajaba afanosamente por lograr ese propósito.
Si bien Juhl se dedicó casi por completo, además del diseño de muebles, a obras empresariales e institucionales (una de las salas de consejo de las Naciones Unidas, por ejemplo), la clave de su universo está, precisamente, en su casa de Charlottenlund, donde vivió casi 50 años. La hizo simple, sin molduras, con techos de fibrocemento (fue un gran experimentador de los materiales, uno de los primeros que aplicó fórmica en la cocina, por ejemplo), con puertas-ventana y en forma de L con sección central vidriada.
“La intención es que el carácter ligero y traslúcido de la flora circundante y los colores y materiales de la casa continúen en el interior a través de la paleta de color y la elección de muebles”, decía Juhl en una entrevista concedida al Architect’s Monthly Digest en 1944. Esa intención también se cumple delicadamente en el amarillo pálido que eligió para el techo del living. “La luz del jardín se refleja de una manera muy bella en el cielo raso, y durante el día, le da una cualidad de tienda, por su forma y luminosidad”.
El largo banco contra el ventanal fue uno de los tantos modelos que Juhl exportó a los Estados Unidos, que rápidamente los adoptó en los años 50 como una garantía elegancia, calidad y, sobre todo, estar en la cresta de la ola del diseño. En sus extremos hay algo de japonés; ese romance que hay entre los diseños de ambos países y que hoy se reúne en el neologismo “japandi”.
El arte, los muebles el espacio: todo es fruto de una misma mente. El resultado es de una sencillez extraordinaria.
“Un ingrediente esencial en la composición de color son, por supuesto, los cuadros y las fotografías”, decía Juhl al describir su hogar.
Subiendo unos escalones y dividido por una biblioteca semitransparente (tan en boga hoy en día) se encuentra el comedor concectado con la cocina. Todo cerca, pero bien delimitado.
El espacio de trabajo
En un extremo del living está el escritorio. A diferencia de tantas casas de la época, donde la biblioteca tenía un espacio cerrado, acá se entendió rápidamente que el living suele estar ocioso durante el día, por lo que es sagaz hacerlo multifuncional, y que la presencia de los libros en muebles ligeros le da un clima tan propio que la sectoriza.
Desde el Romanticismo, los artistas soñaron con unir fuerzas y eliminar las barreras entre artes liberales y aplicadas, de modo que el arte pudiera entrar en la vida cotidiana de las personas, y Juhl se siente heredero de esa tradición. “Seguramente, las habilidades formativas de un artesano sean las mismas que las de un escultor”, decía. “Si bien los muebles responden a las artes aplicadas y no son una escultura, encuentro en ambas disciplinas una intención creadora”.
"Una silla no es sólo un objeto industrial: es una forma y un espacio en sí misma que contribuye al espacio arquitectónico."
Finn Juhl
Juhl usó su casa al norte de Copenhague como laboratorio de ideas. Por empezar, la hizo integrada, blanca y muy vidriada, conceptos novedosos para una residencia familiar a principios de los años 40.
Destinada al recuerdo
Cuando Finn Juhl murió en 1989, su esposa siguió viviendo allí hasta su propia muerte, en 2003, y la legó al museo museo de Ordrupgaard (sede de una importante colección de pintura impresionista francesa y danesa del siglo XVIII) del que, fortuitamente, siempre fue vecina, cerco verde mediante. Una afortunada ubicación y un muy justo destino actual, porque el objetivo de Finn Juhl fue crear una “obra de arte total” que el hombre pudiera habitar sin limitaciones cada día de su vida.
Incoporando la casa de Finn Juhl y esta formidable construcción de Zaha Hadid al edificio original, el museo de Ordrupgaard se convirtió en centro de peregrinaje para los amantes de la arquitectura.