Visitamos al galerista Juerg Judin en su casa, una estación de servicio que le tomó años restaurar, y cuyos muros ocultan un vergel en medio del más compacto cemento.
Una vez (una), a Juerg Judin casi se le escapa una presa. Hombre de negocios audaz, coleccionista de arte precoz (“Desde los 18, ahí fue cada peso disponible”), galerista reconocido en un ámbito altísimamente competitivo, autor, editor y con una insólita faceta de ornitólogo experto… ¿Tanta actividad lo habrá distraído?
“Yo soy suizo, tenía una galería de arte en Zúrich, pero lógicamente viajaba con mucha frecuencia a Berlín, que es un verdadero hervidero de artistas. En una de las tantas esquinas abandonadas de la ciudad, a principios de los 90 vi una estación de servicio destruida, grafiteada y con cartel de venta. Cada vez que venía, pasaba por enfrente. Y fantaseaba. Pasaron trece años. Un buen día, el cartel desapareció: tuve la misma sensación que cuando la chica a la que nunca te animaste a hablarle se va con otro”.
Pero bueno, la historia evidentemente tuvo un lindo final. Revisó una de las muchas fotos que le había sacado a la vieja Shell, identificó el número de teléfono en el cartel, llamó: seguía a la venta; el letrero se había caído, nomás. Ahí mismo ató (¡en 2005!) un lazo que lo llevó a instalarse y dejar de ser un ave de paso.
Detalles de una reforma premiada
“La mayoría de los muebles vienen de mis casas anteriores y quedaron naturalmente bien acá. Evidentemente, la de los 50 es una estética que me gusta. La lámpara colgante estilo Bauhaus es un cuento aparte. La encontré en un sótano, me la vendieron por un euro, y cuando ya no podía creer mi buena suerte, la llevé al electricista para que la arreglara. Trabajó dos meses en hacerla funcionar porque no se podía cablear en serie. Me salió carísima”, compartía Juerg Judin, más divertido con la anécdota tras el paso de un tiempo prudencial.
Un punto delicado de la obra fue reemplazar los azulejos dañados de la fachada por los que quedaban en buen estado en el taller mecánico, donde estaba la fosa. También fue difícil conseguir los vidrios curvos de lo que hoy es el living y, antes, el kiosco donde se compraban golosinas, revistas y se pagaba la nafta.
Otra obsesión: lograr el matiz exacto, el “rojo Shell” que hoy prima en el exterior e interior.
El jardín es un privilegio por varios motivos: el más obvio, tener un oasis verde en medio de la ciudad. Después, una huerta que provee de tomates frescos y hierbas a la cocina, otra pasión declarada del dueño de casa. Por ejemplo, tiene como tradición preparar él mismo el catering para festejar la apertura de cada muestra. “Solamente dos veces en toda mi carrera no lo hice”.
Después de tanto trabajo, ¿te imaginás en otro lugar?
Aunque no lo crean, sí. Llegué a ese momento en que te preguntás dónde te gustaría pasar la última parte de tu vida, por más que todavía falte mucho [se ríe]. Me imagino en un lugar donde sea más sencillo tener y criar pájaros, por el clima y por el ruido (los últimos festejos de Año Nuevo los pasé con mis aves, que les tienen terror a los petardos). Pero bueno, acabo de construir un aviario, así que por el momento no me voy a ninguna parte.
La mesa del comedor está hecha con el tronco del nogal que sostenía su casita del árbol en el terreno de sus abuelos. Cuando se vendió para construir una torre, se lo llevó. “El carpintero me dijo que me lo guardaba siete años para estacionarlo. ¿¿Qué?? ¡Pensé que se había equivocado en lugar de decir siete meses! Pero no. Y después hizo la mesa más increíble, con tablones encastrados, sin un solo clavo”. En el extremo opuesto, la ventana toma la pared entera para mirar el jardín lateral.
“Cada vez que me mudo, en dos día ya están ordenados los libros: ahí vuelvo a constatar que no son decorativos: no todo está en internet”.
Ciudad de artistas
Cuando Living organiza su dossier de tendencia, el objetivo es viajar a un destino relevante en cuanto la decoración, la arquitectura y también el estilo de vida y volver con 100 páginas que den prueba de ello (siempre, siempre) desde un auténtico puertas adentro. Así sucedió en París, Nueva York, Sidney, Copenhague, San Francisco, Milán, Cartagena y Berlín. De allí nos propusimos volver con pruebas de su capacidad de transmutar cenizas en símbolos y retratar su personalidad libre, relajada, artística. Para ilustrar este último punto fue que visitamos a Juerg Judin en su casa: además de disfrutar de primera mano de una reforma asombrosa, nos dio un privilegiado punto de vista sobre sus inabarcables galerías de arte.
"Hice la remodelación para que fuera el estudio de un artista en residencia. Para cuando terminó la obra, ya no puede irme. Estaba hecha demasiado a mi medida."
Juerg Judin, galerista y dueño de casa
¿Por qué pensás que tantos artistas vienen a Berlín?
Hay una larga lista de motivos. Algunos tienen que ver con la historia relativamente reciente: cuando se levantó el Muro, las autoridades de Berlín Occidental invitaban a artistas extranjeros a hacer residencias, una de las tantas maneras con las que buscaban evitar el aislamiento. Después, está lo que yo llamaría una afinidad natural.
¿Cómo la explicarías?
No creo que exista otra ciudad que haya padecido tantos eventos tremendos a lo largo del siglo XX, y eso provocó la desaparición del establishment: nadie puede proclamarse como el berlinés modelo; no hay un “berlinés tipo”. Por supuesto, podés deducir por la manera de hablar quién nació acá, pero en otras ciudades queda clarísimo quién “es de ahí” y quién “se mudó ahí”, y los primeros casi siempre les hacen sentir la diferencia a los segundos. Acá eso no existe, y los artistas son sumamente sensibles a ese tipo de apertura.
Las galerías de Berlín, reveladas por Juerg Judin
- “Oficialmente, hay 500 galerías en Berlín. De esas arriesgaría que sólo 20 son rentables. Las demás van rotando. A pesar del boom del arte en la ciudad de los últimos 20 años, el modelo tradicional de galería en la que uno descubría a un artista, lo bancaba hasta que fuera exitoso y después tenía su recompensa es una rareza hoy en día. Yo practico ese estilo “a la antigua”, y tuve mi premio con Adrian Ghenie”.
- “Creo que el negocio de las ferias arruinó un poco el espíritu del coleccionista, que ya no sale más los sábados a recorrer galerías que le ofrecen muestras coherentes y bien presentadas, sino que trata de hacer lugar en su agenda para ir a equis cantidad de ferias por año y ahí mirar a lo loco para comprar el primer día”.
- “Cada vez que viajo a Londres, voy a la National Gallery a visitar mi cuadro preferido: ‘La familia de Darío frente a Alejandro’, de Veronese. Acá tengo otro, en la Antigua Galería Nacional: ‘El pie del artista’, de Menzel. Me conmueve ese estudio de su pie, viejo y feo. Es el autorretrato más increíble que haya visto”.