Los hoteles interpretaron nuestra necesidad de experiencias novedosas, y es ahí, precisamente, donde Motto se muestra como un gran jugador.
Llegar al hotel Motto es entrar en un ambiente de luces bajas que le bloquea el paso a lo que ocurre en la calle. Pero, al alcanzar el piso superior, hay una terraza con domo moderno que expone a una vista única de la ciudad. Entre un punto y otro, lo que el turista actual pide: un sinfín de sensaciones, un constante: “Mirá esto, mirá aquello”.
Es que, hoy, ir a un hotel quedó muy lejos de la consigna básica de alojamiento; la nueva expectativa es sorprenderse. Detalles como que nos reciba un aroma agradable y distintivo, un clima acogedor, si nos ofrecen un té mientras se verifica la reserva, irán construyendo esa imagen que registrará nuestro inconsciente y archivará nuestra memoria en la categoría de lo que nos gusta (o no).
Los hoteles juegan con nuestra necesidad de experiencias novedosas, y es ahí, precisamente, donde Motto se muestra como un gran jugador.
Este histórico edificio funciona como hotel desde que en 1665 abrió La Cruz de Oro, que se convirtió en el hotel Kummer en 1872, cuando fue punto de reunión de artistas de todas las áreas alrededor de humeantes tazas de café vienés. Conservando su ochava y sus columnas y ventanas neoclásicas, en 1904 tuvo una gran reforma. Esta incluyó una decoración sumamente elaborada, que se conserva parcialmente hasta nuestros días, aun después de la ocupación aliada, cuando los franceses ocuparon el hotel entre 1944 y 1955. Así es como recorrer sus pasillos y cuartos nos puede sumir en una película de época.
Anti-mainstream
“Yo quise tener un hotel, no una cadena, porque el concepto que establecí está muy ligado a la ciudad; por ende, no es transportable”, dice Bernd Schlacher, empresario gastronómico dueño y autor global de Motto. La elección de una atmósfera vienesa atravesada por el sentimiento parisino de principios de siglo XX responde a la historia del edificio. Tanto se entusiasmó Schlacher con que el proyecto de decoración fuera coherente que hasta las heladeritas se hicieron siguiendo la estética general, al margen del diseño de lámparas y espejos encomendados a Arkan Zeytinoglu.
"Apuntamos a atraer gente que valore el esfuerzo que hacemos en cuanto a la estética."
Roland Eggenhofer, director de marketing de hotel Motto
El vuelo de la imaginación
Diseñar un hotel de diseño es el sueño de más de un arquitecto y decorador porque les presenta el desafío perfecto: un cliente ideal cuya exigencia se sostega en la capacidad de valorar estéticamente y la piedra libre para crear espacios que “de paso” que transporten al pasajero en la ilusión de ser otra persona por lo que dure su estadía. Un retiro de la realidad con estilo, sin duda.
Capítulo aparte: Chez Bernard
Diseñada por Arkan Zeytinoglu, la moderna cúpula vidriada que contiene el restaurant Chez Bernard nos hace sentir en una suerte de realidad virtual. El efecto es el deseado: imposible no sacar el celular para atrapar una foto de las mesas, la vista, la barra rodeada de plantas colgantes. De nuevo, un mix de ambientación años 20 con silloncitos de terciopelo, mesas de mármol color caramelo y los tejados de cobre verdoso de Viena. Misión cumplida: la memoria lo registra como una experiencia positiva.