Con un formidable sentido práctico y gran creatividad, un arquitecto convirtió los ambientes de su departamento francés en hogar y centro de operaciones
La avenida 9 de Julio bulle al final del día, una multitud entra y sale de la boca del subte. Muy cerca, las luces de Corrientes comienzan a encender la más clásica noche porteña. El ritmo de la ciudad se hace más intenso en sus puntos neurálgicos sembrados de fachadas francesas. Cuatro metros tiene la arcada que da paso al palier revestido en mármol Travertino, una cápsula sonora y fresca, como un pasadizo a otro tiempo. “Cuando vinimos por primera vez, lo primero que nos gustó fue la arquitectura de época y la ubicación”, recuerda el arquitecto colombiano Juan Pinilla. Lleva seis años en Buenos Aires y dos en este departamento que eligió para vivir con su pareja. El proyecto de su casa y el de su propio estudio crecieron en paralelo desde el mismo lugar. Aquí se reúne con amigos tanto como con socios y clientes; aquí proyecta, se inspira y también descansa. Por eso diseñó ambientes flexibles que lo representan en todas sus facetas. “Función, estética y arte”, enumera en un manifiesto profesional que se hace real cada día en su hogar-estudio en pleno Microcentro.
Texto: Lucrecia Álvarez.
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